Política

LA LLAMADA DE LA SOLIDARIDAD

Ante los horrores del siglo XXI se confirma la impresión de que un mal radical innato nos posee. Sin embargo, es no menos evidente que la solidaridad habita entre nosotros. Quizá, después de todo, no seamos tan malvados ni tan egoístas como nos pintan los herederos de Hobbes.

La palabra solidaridad suena como un aldabonazo y pone en marcha lo que André Gluksman llama “una moral de urgencia”.

El fenómeno de la solidaridad ha cobrado fuerza cuando se considera de locos reclamar una auténtica revolución, cuando invocar la “fraternidad humana” parece cosa de tontainas, cuando el prestigio de la compasión se encuentra, como el de la beneficencia, en su punto más bajo, cuando el amigo en apuros se ve arrojado a los brazos del usurero o del psiquiatra, cuando el utilitarismo –ya libre de cualquier residuo de humanismo– se ha erigido en la ramplona ideología de una época que presume de no tener ninguna.

Y ahora, la solidaridad. ¿Reaccionamos, por fin? Veamos: ¿Qué significa hoy ser solidario? Significa ser bueno, progresista, amigo de la naturaleza, pacífico, generoso, compasivo, altruista, sensible a los dolores del prójimo y estar dispuesto a llevar a cabo acciones desinteresadas para aliviarlos.

   Es muy curioso, porque se desborda el marco de palabra solidaridad, que encierra –según el diccionario– dos acepciones precisas: “modo de derecho u obligación en común”, “adhesión a la causa de otros”…

Bien mirado, cualquier miembro de la Cosa Nostra o de la Camorra podría decir de sí mismo que es una persona solidaria, y lo mismo podrían decir los capos de las finanzas mundiales, que solo deben solidaridad a sus amiguetes.

Pero la palabra solidaridad se ha cargado de un sentido nuevo, y bajo este rubro, si escarbamos un poco, encontraremos las  virtudes naturales que Hume nos atribuía, especialmente la generosidad y la compasión… Estas virtudes, de las que se habla cada vez menos, que cada vez despiertan más recelo, han buscado cobijo tras la solidaridad, de apariencia fría o neutral, asociada, de algún modo, a la mismísima justicia.

El sentimiento se guarece bajo el deber para enfilar por el camino de la responsabilidad, al tiempo que la huella crepuscular de los valores cristianos se difumina. Actuar por “caridad” no está bien visto, de allí nuestra preferencia por la solidaridad.

Anarquistas, ecologistas, católicos, vegetarianos, ateos, agnósticos, radicales, personas convencionales, de derechas o de izquierdas participan en el mismo movimiento de solidaridad.

Las ONGs y el voluntariado

Se multiplican las Organizaciones No Gubernamentales (ONG). Cada vez hay más cooperantes. Si hay una tragedia, todos nos sentimos compelidos a hacer algo, aunque sea poco, o sentimos, si no movemos un dedo, cierta mala conciencia. Se puede apadrinar a un niño por poquísimo dinero.

Nos sentimos llamados a aliviar el sufrimiento aunque el daño tenga lugar a miles de kilómetros de distancia, expresando nuestra vinculación emocional con nuestros congéneres. Mientras tanto, no pocas veces, mientras se nos llena la boca con la palabra solidaridad, “pasamos” olímpicamente de los dramas que acontecen a nuestro alrededor.

Bien mirado, las muestras de solidaridad son uno de los pocos correlatos estimulantes del proceso de globalización. Ella sola parece capaz de reverdecer nuestro vínculo con la humanidad, por encima de las fronteras.

Médicos sin Fronteras

Allá por el año 1969, un grupo de médicos voluntarios despertó para siempre del sueño de la “cultura de la satisfacción” ante el genocidio perpetrado por los agentes de ésta en Biafra. Así nació Médicos sin Fronteras, una organización benemérita. A partir de entonces, la solidaridad ha ido en aumento, en todos los sentidos, hasta el punto de que ya cuenta con la correspondiente burocracia.

¿Desembocará la solidaridad en un reverdecer del humanismo? ¿Borrará límites entre el Norte y el Sur? ¿Desembocará en una inédita revolución tranquila?

¿O será utilizada para lavar la mala conciencia, individual o colectiva, o para simples juegos de propaganda y manipulación de las conciencias?

Luces y sombras

El Pentágono descubrió, hace tiempo, las ventajas de buscar la “aprobación mundial por medio de actos conspicuamente humanitarios”, de acuerdo con la fórmula de Dean Acheson (“Estados Unidos debería dar un poco de ayuda en comestibles, no la suficiente para aliviar el hambre, pero si la suficiente como para ganar una ventaja en la guerra psicológica”)…

No pocas empresas engalanan su imagen con esos actos “conspicuamente humanitarios”. Es inevitable recordar la Fundación Bill y Melinda Gates. La condición de filántropo acompaña al patrón de Microsoft vaya donde vaya, a mayor gloria de su persona y del capitalismo en cuanto tal. Y hasta parece de mal gusto recordar que la Fundación se dedica a expandir el imperio Monsanto por las zonas más castigadas del planeta. Rapacidad y filantropía han aprendido a ir de la mano.

El florecimiento de las ONG no es ajeno a la dejación de las responsabilidades sociales por parte de los organismos rectores de la economía mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los Estados nacionales. Como es obvio sale me más barato dar subvenciones a las ONG que resolver los problemas de los pueblos en apuros, y además queda bien, y si algo sale mal o resulta insuficiente, las responsabilidades no recaen en los gobiernos.

Como fenómeno organizado, la solidaridad posmoderna guarda relación con el fenómeno de la “privatizaciones”, lo que debería darnos muy mala espina. Se corre el peligro de que nuestra solidaridad sirva para enmascarar el darwinismo social característico del movimiento neoliberal y, de paso, para controlar el anhelo de justicia social, para tenerlo atado en corto. No tiene ninguna gracia. Se asiste a un proceso que lleva de la justicia social a la beneficiencia.

En definitiva, como ocurre con las virtudes en general, la solidaridad posmoderna, buena e intachable al menos en el corazón del grueso del voluntariado, no está exenta de paradojas y de un lado oscuro. Como ninguna ONG quiere perder sus subvenciones, nada garantiza que actúen con independencia de criterio. No se hará nada que moleste a las autoridades locales, nada que interfiera la complicidad entre dichas autoridades y los donantes.

Las decisiones se toman a muchos miles de kilómetros de las personas a ayudar, a veces con un desconocimiento total de los aspectos prácticos de la empresa y de las necesidades reales de la población.

No pocos cooperantes serios y de buena voluntad han acabado oscilando entre la impotencia y el desaliento. Al respecto, es muy conveniente leer Blanco bueno busca negro pobre (Roca, Barcelona, 2011), de Gustau Nerín, que conoce el fenómeno desde dentro.

En cuanto a los cooperantes poco serios, convertidos en tales por los azares de la vida, por haberse quedado sin trabajo o haber sido ganados por el deseo de viajar, son famosos por encerrarse en el mejor hotel y manejar los asuntos por teléfono. Para los menos comprometidos, existen programas de voluntariado en formato turístico, con viajecitos bien organizados por parajes exóticos.

No cabe dudar de que la solidaridad como fenómeno social es un hecho, que se aviva con las imágenes del dolor ajeno por pulsar las fibras íntimas del humanitarismo, pero desgraciadamente no es oro todo lo que reduce en el caso de la solidaridad institucionalizada.

La solidaridad humana y su proyección política

Por lo demás, como resulta obvio, la solidaridad es fundamental en el plano de la acción política, y más en este mundo globalizado.  Al establishment le gustaría desactivarla, para dividir por regiones su trabajo de dominación, como ya dividió al movimiento obrero en cada país.  Ya tenemos pruebas de que grandes masas humanas son capaces de movilizarse contra acciones que atentan contra los criterios humanitarios más elementales. Recuérdese, por ejemplo, la masiva oposición internacional contra la guerra de Irak. Contra la violencia del chantaje neoliberal que actualmente se ceba contra los europeos, todo indica que la solidaridad de los pueblos oprimidos terminará por convertirse en un imperativo moral de obligado cumplimiento –MANUEL PENELLA

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