Ciencia y Técnica

REFLEXIONES SOBRE LA TÉCNICA

  Todavía tendemos a creer que la técnica es antinatural, estrictamente humana, y que por ella, asociada a la invención de herramientas, nos distinguimos precisamente del resto de las criaturas del reino animal. Se trata de una visión muy restringida, bastante obtusa, del fenómeno técnico…

Oswald Spengler nos abrió nuevos horizontes: “La técnica es la táctica de la    vida entera –escribía en El hombre y la técnica–. Es la forma íntima manejarse en la lucha, que es idéntica a la vida misma.”

La  técnica, nos dice, es un arma de la vida. Cabe hablar de una técnica animal y reconocer que el ser humano, como técnico, no está situado por encima de la naturaleza, aunque por sus logros se sienta autorizado a creerlo. La técnica de la que él se envanece tiene hondas raíces en la lógica de lo viviente y ni siquiera es necesaria la conciencia para que la técnica de lugar a realizaciones notables.

Benjamin Franklin aún creía que lo distintivo del hombre es su condición de “animal fabricante de herramientas”. No está mal, a condición de que recordemos que ciertos monos, como señaló Louis Leakey, las hacen y se sirven de ellas. Y no estamos ante un simple asunto de herramientas. Piénsese en la depurada técnica del león cuando caza. Y basta con echar un vistazo a un termitero y estudiar su sistema de ventilación para admitir de un registro técnico inconsciente, ciertamente admirable en este caso.

Ahora bien, la identificación de la vida con la técnica puede conducir a extremos sumamente perversos. Se puede pasar de la celebración de la vida a la celebración desaforada de la técnica, lo que puede llevar a festejar cualquier técnica, con la correspondiente inmoralidad. Así, por ejemplo, ebrios de “modernolatría”, el futurista Marinetti y sus epígonos celebraban con entusiasmo los ametrallamientos de poblaciones indefensas desde el aire.

Con la misma actitud, el padre Theilard de Chardin, ebrio de fe religiosa y de evolucionismo metafísico, no dudó en celebrar la bomba atómica, considerándola “un progreso”. ¿Acaso podía el progreso ser malo? Nuestro Ortega pudo encogerse de hombros ante las implicaciones mo­rales de la técnica, lo que fue característico del primer tramo del siglo XX. Ya no podemos.

Cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, al reflexionar sobre lo ocurrido, el optimismo tecnológico se desvaneció. El propio Einstein, tras advertir que no sabía nada sobre la Tercera Guerra Mundial, dijo que sí sabía algo de la Cuarta, a saber que se librará a palos y pedradas…

Spengler no está lejos de las páginas más siniestras de Nietzsche cuando escribe: “La táctica de la vida (humana) es la de un animal de rapiña, magnífico, valiente, astuto, cruel. Vive atacando, matando y aniquilando. […] El hombre es un animal de rapiña.” Sin embargo, es preciso reconocer que Spengler oscila entre una exaltación del poder técnico por el poder técnico mismo y oscuras premoniciones en torno a la decadencia de civilización… Podríamos, sospecha, acabar siendo víctimas de la técnica, lo que, desgraciadamente, no podemos considerar una simple paranoia.

Del optimismo de Marinetti y Theilard de Chardin hemos pasado ya al desasosiego… y haríamos bien en no fiarnos de las predilecciones técnicas del citado “animal de rapiña”. Ya el viejo Goethe sintió un peculiar desasosiego ante las primeras máquinas, dudando de que fueran a servir para bien. Se entiende que mucha gente sueñe con un retorno a la naturaleza, como si solo ese retorno fuera a salvarnos, como si el camino se pudiera desandar simple y llanamente.

Habla Heidegger

En 1953, en La pregunta por la técnica, Martin Heidegger nos puso en guardia: “Por todas partes quedamos sin libertad encadena­dos a la técnica, sea que apasionadamente la afirmemos o la neguemos. Del peor modo, no obstante, estamos entregados a la técnica cuando la consideramos algo neutral; pues esta idea que hoy se cultiva con especial gusto, nos vuelve totalmente ciegos para la esencia de la técnica.”

Según Heidegger, el enfoque técnico se ha apropiado de la humanidad, con consecuencias que nadie quiere ver. Nos considera incapaces de contemplar un árbol o un bosque sin segundas intenciones. Nos preguntamos, enseguida, cuánta madera, qué herramientas necesitamos y cuánto dinero podríamos obtener. Nuestra mirada se ha enturbiado. Y lo peor es que contemplamos al ser humano con los mismos ojos, pensando en la mejor manera de utilizarlo, si es preciso haciéndolo astillas. En ello ve, desde luego, la principal amenaza que se cierne sobre nosotros.

Técnica y humanismo

En el plano de la técnica, se impone aguzar la mirada crítica. A estas alturas sólo los frívolos la asocian al progreso a ojos cerrados, al modo demencial de Marinetti. En este campo, den definitiva, ya no podemos darnos el lujo de incurrir en una indiferencia moral, ni tampoco dejarnos marear por la pretendida “neutralidad” de técnicos e inventores.

Ahora bien, el dominio depredador de la naturaleza, en el que tanto hemos destacado, las técnicas militares, cada vez más desarrolladas y destructivas, y nuestra propensión a actuar, por razones económicas, como aprendices de brujo en todos los campos, todo eso no nos debe ocultar la existencia, no menos real, de las llamadas técnicas diatróficas, es decir, de las que sirven al cuidado de la vida, desde la medicina a las técnicas de crianza.

Si hay técnicas contrarias a la vida, también las hay favorables a ella. La animadversión instintiva frente a los hechos de la técnica, aunque justificada en parte, no conduce precisamente a una Arcadia feliz, pues ni siquiera nos sería dado volver a la época de las cavernas (ahora somos varios miles de millones). El frío y la escasez nos encadenarían fatalmente al yugo de la necesidad, al me lo como yo o te lo comerás tú, esto es, a vivir a palos y pedradas.

Nuestra existencia se desarrolla en una tecnosfera y no nos toca huir de ella. Tenemos, eso sí, que someterla a los intereses humanos, para vernos libres, en lo posible, del citado yugo de la necesidad. Nos va la vida en ello y nos estamos jugando la salud del planeta. No es de recibo que en estos momentos el desarrollo técnico vaya por libre. Hay que embridarlo como sea. Porque si algún sentido tiene la técnica es precisamente el de liberarnos de la parte pesada de la existencia, descargarnos de trabajo, poner el tiempo a nuestra disposición. Acertó Ortega y Gasset cuando señaló que el primer cometido de la técnica es ampliar el tiempo que dedicamos a tareas ajenas a la lucha por la supervivencia.

Durante siglos, los asuntos humanos tuvieron que ser pensados y sobrellevados a la luz del principio de escasez. Era más o menos obvio que no había para todos, y evidente que el lujo tendría que ser patrimonio de unos pocos o de nadie. Por fin, en la segunda mitad del siglo XX, ayer mismo, se pudo entrever, dentro de lo posible, un mundo en el podría no faltar nada, en el que todos los seres humanos podrían disfrutar de los medios para vivir dignamente, e incluso para disfrutar de bienes antaño considerados de lujo. Gracias al saber técnico, a condición de ponerlo íntegramente al servicio de la humanidad y de la salud del planeta.

Un nuevo tipo de revolución pareció estar llamando a la puerta, con la esperanza de que se podría, dentro de lo real-posible, como diría Ernst Bloch, mejorar espectacularmente las condiciones de vida del género humano y, de paso, poner punto final a la interminable pelea por unos bienes escasos. Nuevos horizontes se abrieron ante nuestros ojos, inspirando utopías nuevas, libres de los horrores de termitero imaginados por Moro o Campanella. El desarrollo de las técnicas agropecuarias y de la robótica, por citar solo dos referencias importantes, prometían grandes cosas. No es extraño que las demandas de un mundo más justo y sensato subieran de tono. Ahora era posible lo que antes solo se podía soñar. Esto lo vieron, con claridad, Herbert Marcuse, Ernst Bloch, Radovan Richta y Rudi Dutschke. ¡Y qué no habría dado el viejo Marx si se le hubiera dado la posibilidad de pensar a la luz de tamaña novedad!

Hoy, ya entrados en el siglo XXI, esa visión libertaria basada en el desarrollo técnico ha caído en el olvido. El establishment se ha encargado de impedir que se aposente en el imaginario colectivo, como se ha encargado de borrarla de la memoria de las gentes pensantes que le hacen la pelota. Y solo por eso no se especula en los medios de comunicación sobre la posibilidad cierta de poner a la técnica al servicio de la gente, de su bienestar y de su expansión personal. Hoy sonaría raro, como de otro planeta, aquel discurso de John Kennedy, en el que dijo que, dado que poseemos los medios, debemos poner fin al hambre en el mundo. Hemos sido devueltos a patadas al encuadre hobbesiano y ricardiano en el que tan maravillosamente bien se producen los muy cutres dirigentes de este sufrido planeta. Pero, por favor, no olvidemos que hay, aunque en mantillas, una técnica humanista, la única que puede salvarnos del ecocidio y devolvernos la dignidad.–MANUEL PENELLA

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